martes, 25 de agosto de 2009
viernes, 21 de agosto de 2009
imperio musulman
El arte islámico está indisolublemente unido a la expansión del Imperio árabe o musulmán. Aunque conviene realizar, de entrada, una breve matización respecto a estos dos últimos términos, pues es preciso no igualar árabe a musulmán. La religión islámica o musulmana se originó a raíz de la vida y obra de su profeta Mahoma, quien predicó durante el siglo VII en la península Arábiga. Se trata, por lo tanto, de una religión surgida en dicha península en el seno del pueblo árabe. Por eso, en un primer momento, sí que procedía asimilar musulmán a árabe, pero en la actualidad, cuando hay tantas zonas y pueblos en los que impera el Islam -África negra y bereberes del norte del continente, amplios territorios de Asia, etc.-, no se pueden utilizar aleatoriamente ambos términos. De todas formas, sí que es posible emplear las expresiones Imperio árabe o Imperio islámico al hablar de la fabulosa y vasta potencia que desde Arabia se extendió por buena parte de Europa, África y Asia, pues fue la cultura de los árabes la que definió los rasgos esenciales del Imperio.No sería exagerado afirmar que la península Arábiga era, antes de la eclosión del Islam, un verdadero desierto artístico, si es posible el juego de palabras, pues ni las numerosas tribus arabes ni los habitantes de las ciudades, como Medina o La Meca, incipientes urbes de comerciantes, sobre todo, parecían tener excesivas inquietudes estéticas. Por eso, apenas hay un puñado de restos de la arquitectura preislámica en la Península, y se puede afirmar que la revolución social y religiosa que impulsó el profeta Mahoma durante el siglo VII se tradujo también en una profunda transformación de los valores artísticos árabes. Y como se tendrá ocasión de comprobar a lo largo del presente capítulo, a medida que iban conformándose los cánones del arte islámico, éste se expandía al mismo ritmo que el imperio acumulaba victorias y ampliaba sus límites hacia Asia, África y Europa.Pero esta expansión no implica únicamente que los árabes construyeran mezquitas e influyeran en el arte de cada uno de los territorios en los que tuvieron presencia. Imperio joven que no tenía detrás una sólida tradición artística a la que venerar y respetar como un dogma inamovible, los árabes, libres de lastres en este sentido, supieron dejarse influir por aquellos pueblos conquistados que, por otro lado, tenían mucho que ofrecerles en el ámbito artístico, pues habían conseguido desarrollar una evolución artística importante y prestigiosa. Por ello, cuando los musulmanes extendieron sus dominios hacia Oriente y cruzaron el Eufrates para llegar a Persia, el territorio que corresponde en la actualidad a Irán, aceptaron algunas de las características del arte sasánida, fuertemente influido por sus vecinos y enemigos bizantinos, y, sobre todo, quedaron seducidos por la fantasía decorativa oriental.No hay que olvidar que el arte bizantino era heredero de las culturas romana y griega, las culturas más relevantes de la Antigüedad y que sus templos, esculturas y pinturas debían de ejercer un gran poder fascinador en un pueblo, el árabe, que pretendía convertirse en un gran imperio, lo que finalmente conseguiría.A continuación se verá, por tanto, el curso que siguió el Imperio islámico y su arte por el flanco oriental, que se prolongó hasta la India, territorio en el que las principales obras islámicas son deudoras del fervor constructivo de los sultanes mongoles musulmanes. Y en el otro extremo del Imperio islámico, a miles de kilómetros de distancia, en la península Ibérica, el al-Ándalus -primero un emirato, luego un califato independiente y en su ocaso un reino de Taifas- dejó algunas de las manifestaciones artísticas más bellas que se puedan encontrar en España.Como se acaba de señalar, el Imperio musulmán se extendió, en sus mejores momentos, desde la península Ibérica hasta la India, quedando bajo su dominio culturas, pueblos y personas de lo más variado. Por ello, no se puede menos que maravillarse ante las coincidencias estéticas con las que el arte islámico se manifiesta en los diferentes enclaves del imperio. Lejos de presentar unas características plenamente uniformes, es evidente que sí que hay una pretensión de respetar ciertos cánones básicos en el arte islámico desde el al-Ándalus hasta la india musulmana. Ello responde a la influencia de la religión, que impregnó todos los ámbitos de la vida de los pueblos en los que tuvo presencia. De este modo, a pesar de la herencia cultural tan diferente de los pueblos de Persia y del norte de África, por ejemplo, es posible observar unos rasgos comunes en las manifestaciones artísticas de los pueblos del Imperio islámico, sobre todo, en la arquitectura de las mezquitas, donde, lógicamente, se hace más evidente la intensa influencia de la religión musulmana.Seguramente, este capítulo sobre la historia del arte islámico hubiera necesitado algunos apartados más si en la batalla de Poiticrs hubieran vencido los árabes y no los francos. Quizá, se tendría que hablar del arte islámico en otros territorios más allá de los Pirineos si el ejército árabe hubiera vencido a principios del siglo VIII en la mencionada batalla a las tropas francas. En todo caso, es indudable que los árabes consiguieron forjar una civilización poderosa, en la que se cultivó una gran pasión por el arte y que, sin duda, es una de las más fascinantes de la historia.
imperio britanico
EL IMPERIO BIZANTINO: Mientras en Occidente la invasión de los bárbaros terminó con la unidad política, en Oriente, el Imperio Romano se mantuvo intacto y sobrevivió durante mil años más. Constantinopla, su capital, emplazada en la antigua colonia griega de Bizancio, contaba con una excelente situación económica que le permitió mantener un ejército bien dotado y una administración eficaz. Con estos elementos consiguió superar y desviar los ataques exteriores. La historia del Imperio Romano de Oriente comenzó en el año 395, cuando Teodosio el Grande dividió el imperio entre sus dos hijos, y a Arcadio le asignó el bizantino. En el siglo VI surgió un emperador que soñó con unificar el antiguo Imperio Romano y dedicó sus esfuerzos a lograrlo.
A la muerte de teodosio 1, en el año 395, el Imperio Romano, por razones administrativas, dada la enorme extensión de su territorio que lo convertía en ingobernable, fue definitivamente dividido en dos partes, la oriental y la occidental.
El Imperio Romano de Oriente o bizantino, que comprendía la península balcánica, Asia Menor, Siria, Palestina y Egipto, único sobreviviente tras la caída Occidental del imperio en manos de los bárbaros en el año 476, a través de sus gobernantes, se propuso reconquistar la grandeza perdida, con la recuperación del territorio occidental.
El oriente pudo sobrevivir, merced a la posición estratégica y privilegiada de Constantinopla, su capital, poderosa y amurallada, fundada sobre la colonia griega de Bizancio, por el emperador constantino. Su majestuosidad y su imponencia mostraban grandes palacios y edificios públicos, iglesias colosales, teatros, acueductos, anchas avenidas y baños públicos, lo que la convertían en centro de admiración y codicia entre los pueblos medievales.
El nombre de bizantino simboliza el triunfo de la cultura griega, sobre todo a través del idioma griego, que se impuso sobre el latín, y por ese motivo Bizancio no pudo ser totalmente reemplazada.
Esa ciudad era el centro comercial de valiosos productos que circulaban entre el Mar Negro y el mediterráneo, posibilitando el intercambio entre Europa, Asia y África.
Se importaban sedas, perlas y especias de China, Mesopotamia e India. De Siria y Persia ingresaban telas y tapices, de África, oro y marfil y de Rusia, pieles y miel. Se exportaban artesanías y fundamentalmente sedas. Como moneda utilizaban el besante o bizantino, hecha de oro.
Culturalmente era notable la inflencia helenística, aunque con aportes romanos, cristianos y orientales.
Constantino elegido por sus tropas para ocupar el poder, adoptó poco antes de su muerte la religión cristiana como religión oficial del Imperio Romano para lograr su unidad.
El mundo cristiano se dividía entre los arrianos, considerados herejes por la iglesia y los seguidores de ésta. Sus diferencias trataron de resolverse en el concilio de niceas (año 325).
En el año 527, asumió el poder el que sería el más brillante de sus emperadores: Justiniano, quien se propuso reunificar el imperio bajo su autoridad.
Dada la carencia de uniformidad legislativa, ordenó su compilación, culminando la obra codificadora iniciada en el siglo IV.
La sanción del Corpus Iuris Civilis, obra ciclópea que recopilaba el derecho vigente, lo coloca como el padre del derecho de numerosos estados europeos, sobre los que ejerció su influencia. Comprendía el Código, recopilación de leyes, el Digesto o Pandectas, recopilación de Iura, que eran las opiniones de juristas romanos, las Institutas, manual de Derecho destinada a estudiantes y las Novelas, con normas posteriores a la sanción del Código.
Reorganizó el Estado, y creó un sistema eficiente tributario y militar. Colocó la iglesia bajo su dominio (cesaropapismo) y se convirtió en un monarca teocrático.
Construyó en Constantinopla la imponente iglesia de Santa Sofía y los mosaicos de Rabena, en Italia.
Con el objetivo de reconquistar el imperio occidental, selló la paz con Persia, cuyo general, Belisario, tomó el norte de África, Córcega, Cerdeña y las Islas Baleares, ocupado por los vandalos, arrebató Italia a los ostrogodos y despojó a los visigodos del suroeste de España.
A la muerte de Justiniano, todas las posesiones readquiridas fueron nuevamente perdidas, a manos de los lombardos, los visigodos, los eslavos y posteriormente de los árabes, los ávaros, los búlgaros, para culminar con la invasión de los turcos que pusieron fin al Imperio Bizantino en el año 1453.
El Imperio Romano de Oriente o bizantino, que comprendía la península balcánica, Asia Menor, Siria, Palestina y Egipto, único sobreviviente tras la caída Occidental del imperio en manos de los bárbaros en el año 476, a través de sus gobernantes, se propuso reconquistar la grandeza perdida, con la recuperación del territorio occidental.
El oriente pudo sobrevivir, merced a la posición estratégica y privilegiada de Constantinopla, su capital, poderosa y amurallada, fundada sobre la colonia griega de Bizancio, por el emperador constantino. Su majestuosidad y su imponencia mostraban grandes palacios y edificios públicos, iglesias colosales, teatros, acueductos, anchas avenidas y baños públicos, lo que la convertían en centro de admiración y codicia entre los pueblos medievales.
El nombre de bizantino simboliza el triunfo de la cultura griega, sobre todo a través del idioma griego, que se impuso sobre el latín, y por ese motivo Bizancio no pudo ser totalmente reemplazada.
Esa ciudad era el centro comercial de valiosos productos que circulaban entre el Mar Negro y el mediterráneo, posibilitando el intercambio entre Europa, Asia y África.
Se importaban sedas, perlas y especias de China, Mesopotamia e India. De Siria y Persia ingresaban telas y tapices, de África, oro y marfil y de Rusia, pieles y miel. Se exportaban artesanías y fundamentalmente sedas. Como moneda utilizaban el besante o bizantino, hecha de oro.
Culturalmente era notable la inflencia helenística, aunque con aportes romanos, cristianos y orientales.
Constantino elegido por sus tropas para ocupar el poder, adoptó poco antes de su muerte la religión cristiana como religión oficial del Imperio Romano para lograr su unidad.
El mundo cristiano se dividía entre los arrianos, considerados herejes por la iglesia y los seguidores de ésta. Sus diferencias trataron de resolverse en el concilio de niceas (año 325).
En el año 527, asumió el poder el que sería el más brillante de sus emperadores: Justiniano, quien se propuso reunificar el imperio bajo su autoridad.
Dada la carencia de uniformidad legislativa, ordenó su compilación, culminando la obra codificadora iniciada en el siglo IV.
La sanción del Corpus Iuris Civilis, obra ciclópea que recopilaba el derecho vigente, lo coloca como el padre del derecho de numerosos estados europeos, sobre los que ejerció su influencia. Comprendía el Código, recopilación de leyes, el Digesto o Pandectas, recopilación de Iura, que eran las opiniones de juristas romanos, las Institutas, manual de Derecho destinada a estudiantes y las Novelas, con normas posteriores a la sanción del Código.
Reorganizó el Estado, y creó un sistema eficiente tributario y militar. Colocó la iglesia bajo su dominio (cesaropapismo) y se convirtió en un monarca teocrático.
Construyó en Constantinopla la imponente iglesia de Santa Sofía y los mosaicos de Rabena, en Italia.
Con el objetivo de reconquistar el imperio occidental, selló la paz con Persia, cuyo general, Belisario, tomó el norte de África, Córcega, Cerdeña y las Islas Baleares, ocupado por los vandalos, arrebató Italia a los ostrogodos y despojó a los visigodos del suroeste de España.
A la muerte de Justiniano, todas las posesiones readquiridas fueron nuevamente perdidas, a manos de los lombardos, los visigodos, los eslavos y posteriormente de los árabes, los ávaros, los búlgaros, para culminar con la invasión de los turcos que pusieron fin al Imperio Bizantino en el año 1453.
sacro imperio romano germanico
El Sacro Imperio Romano Germánico fue la unión política de un conglomerado de estados de Europa Central, que se mantuvo desde la Edad Media hasta inicios de la Edad Contemporánea. Formado en 962 de la parte oriental de las tres en que se repartió el reino franco de Carlomagno en 843 mediante el Tratado de Verdún, el Sacro Imperio fue la entidad predominante de Europa central durante casi un milenio, hasta su disolución en 1806 por Napoleón I.
A partir del imperio de Carlomagno, Alemania quedó anarquizada y dividida en numerosos Estados independientes: entre ellos se destacaban los grandes Ducados de SAJONIA, TURINGIA, FRANCONIA, SuARIA, BAVIERA y LORENA, además de las importantes provincias fronterizas o Marcas del Este (AUSTRIA), de BOHEMIA y del BRANDEBURGO.
Sabemos también cómo los Señores feudales, a la muerte de Luis EL Niño, último descendiente de Carlomagno, se pusieron de acuerdo y en el año 910 eligieron como rey a CONRADO, DUQUE DE FRANCONIA, comenzando así a gobernar el país reyes alemanes.
Y ya desde un comienzo, tanto este monarca como su sucesor, ENRIQUE, DUQUE de SAJONIA, llamado el “Pajarero” por su afición a la caza de aves, estuvieron en perpetua lucha contra los Señores. Sólo el siguiente monarca pudo cimentar verdaderamente la grandeza de Alemania.
OTON EL GRANDE: Este príncipe, tan notable como Carlomagno, llegó al trono en el año 940, y resuelto a lograr la unidad del país, pasó los primeros años sometiendo a diversos príncipes, logrando finalmente que todos reconocieran su dependencia al reino.
Luego hizo frente a varias amenazas exteriores: contuvo con gran energía varias incursiones de los normandos y de los eslavos, e incluso salvó a Europa de los húngaros, destrozándolos en la batalla de Lech.
Más tarde tuvo que intervenir en Italia. Este país, desde la muerte de Carlomagno se hallaba en el mayor desorden, dividido en innumerables principados enemistados entre sí, y, además, devastado por los árabes, húngaros y normandos que lo saqueaban a su gusto.
Otón llegó a la península en el año 960 llamado por ADELÁIDA, reina de la Lombardía, que había sido destronada por varios príncipes sublevados: la repuso en el trono y luego se casó con ella, convirtiéndose así en soberano del norte de Italia.
EL NUEVO IMPERIO: Poco después, Otón volvió nuevamente a Italia. Los príncipes feudales se habían alzado contra el Papa JUAN XII y éste de inmediato solicitó su ayuda. El rey entró en Roma en el 962, repuso al Pontífice en sus funciones y luego en una solemne ceremonia fue coronado como Emperador de Occidente
Así, por segunda vez, la Iglesia restauraba el Imperio, con- el fin de conseguir la unidad del Continente.
El Emperador y el Papa serían las dos columnas de la nueva Europa Cristiana y se apoyarían mutuamente para imponer el orden en esos tiempos tan calamitosos. Ambos se juraban fidelidad: el Emperador sería el protector de la Cristiandad, y el Papa, por su parte, sólo podía ser elegido contando con su aprobación.
Lamentablemente estas buenas intenciones no se cumplieron, por el contrario, comenzó desde entonces una lucha que duró más de 200 años para dilucidar la superioridad del Papa o del Emperador: finalmente concluyó con el aniquilamiento político de ambos.
Ya desde los primeros momentos hubo complicaciones: durante los cien primeros años ocuparon el trono imperial varios excelentes monarcas, pero que tuvieron la constante pretensión de intervenir en los asuntos internos de la Iglesia, creyéndose los dueños de la Cristiandad, en vez de sus defensores.
LA REFORMA ECLESIÁSTICA-Nicolás II: Por ese mismo tiempo, la Sede Pontificia Romana se hallaba gravemente comprometida. Hasta Carlomagno, los Papas habían sido elegidos por el pueblo de Roma; luego, con el feudalismo, cayeron bajo la influencia de los señores; y ahora, bajo el Imperio, debían contar con la aprobación de los Soberanos. De esta manera se originaron los graves problemas, algunos tratados en este sitio.
Evidentemente so necesitaba una doble reforma: independizar la Iglesia de la influencia de los emperadores, y renovar la disciplina interna. Ambas cosas se consiguieron en muy poco tiempo.
En el año 1059 fue elegido Papa Nicolás II, quien de inmediato y sorpresivamente reglamentó la elección de los futuros Pontífices: en adelante los elegirían los cardenales, sin necesidad de la aprobación del Emperador. La medida fue muy alabada, pero parecía constituir un desafío al poder Imperial.
De acuerdo al nuevo sistema aprobado, en el año 1073 fue elegido Papa el monje cluniacense HILDEBRANDO, quien tomó el nombre de Gregorio VII: fue el personaje destinado a ser el gran reformador y una de las figuras cumbres de la Iglesia.
Hombre culto y muy piadoso aunque sumamente enérgico, Gregorio desde el comienzo de su gobierno se sintió llamado no sólo a purificar la Iglesia de todas sus fallas, sino además a imponer la Supremacía Pontificia sobre todos los reyes y príncipes cristianos.
De inmediato Convocó un Concilio que aprobó sus famosas reformas: bajo pena de excomunión se prohibió a los civiles entrometerse en los asuntos internos de la Iglesia y Conceder cargos eclesiásticos. Igualmente se penaba a los clérigos que los aceptaban o que- vivían casados.
Al mismo tiempo, numerosos Legados Pontificios se desplazaron por toda Europa controlando el cumplimiento de estas directivas y deponiendo a los transgresores. Entonces fue cuando intervino en la lucha el Emperador.
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Ocupaba el trono imperial Enrique IV, príncipe prepotente y ambicioso, poco dispuesto a perder sus privilegios. En un principio desconoció las órdenes pontificias y siguió confiriendo dignidades eclesiásticas como si nada hubiera pasado. El Papa Gregorio le envió amistosos avisos y luego protestas más enérgicas. Finalmente, se vio en la necesidad de excomulgarlo, y —cosa nunca vista— lo destituyó de emperador.
El resultado fue tremendo: los príncipes alemanes se reunieron en Tribur y apoyaron al Papa desligándose del soberano.
Entonces Enrique, viéndose perdido, se dirigió a Canosa, en el norte de Italia, en donde se encontraba el Papa, para pedirle el levantamiento del castigo. Gregorio, luego de tres días de espera, le concedió el perdón y lo restituyó en el trono. 5u triunfo había sido completo.
A partir del imperio de Carlomagno, Alemania quedó anarquizada y dividida en numerosos Estados independientes: entre ellos se destacaban los grandes Ducados de SAJONIA, TURINGIA, FRANCONIA, SuARIA, BAVIERA y LORENA, además de las importantes provincias fronterizas o Marcas del Este (AUSTRIA), de BOHEMIA y del BRANDEBURGO.
Sabemos también cómo los Señores feudales, a la muerte de Luis EL Niño, último descendiente de Carlomagno, se pusieron de acuerdo y en el año 910 eligieron como rey a CONRADO, DUQUE DE FRANCONIA, comenzando así a gobernar el país reyes alemanes.
Y ya desde un comienzo, tanto este monarca como su sucesor, ENRIQUE, DUQUE de SAJONIA, llamado el “Pajarero” por su afición a la caza de aves, estuvieron en perpetua lucha contra los Señores. Sólo el siguiente monarca pudo cimentar verdaderamente la grandeza de Alemania.
OTON EL GRANDE: Este príncipe, tan notable como Carlomagno, llegó al trono en el año 940, y resuelto a lograr la unidad del país, pasó los primeros años sometiendo a diversos príncipes, logrando finalmente que todos reconocieran su dependencia al reino.
Luego hizo frente a varias amenazas exteriores: contuvo con gran energía varias incursiones de los normandos y de los eslavos, e incluso salvó a Europa de los húngaros, destrozándolos en la batalla de Lech.
Más tarde tuvo que intervenir en Italia. Este país, desde la muerte de Carlomagno se hallaba en el mayor desorden, dividido en innumerables principados enemistados entre sí, y, además, devastado por los árabes, húngaros y normandos que lo saqueaban a su gusto.
Otón llegó a la península en el año 960 llamado por ADELÁIDA, reina de la Lombardía, que había sido destronada por varios príncipes sublevados: la repuso en el trono y luego se casó con ella, convirtiéndose así en soberano del norte de Italia.
EL NUEVO IMPERIO: Poco después, Otón volvió nuevamente a Italia. Los príncipes feudales se habían alzado contra el Papa JUAN XII y éste de inmediato solicitó su ayuda. El rey entró en Roma en el 962, repuso al Pontífice en sus funciones y luego en una solemne ceremonia fue coronado como Emperador de Occidente
Así, por segunda vez, la Iglesia restauraba el Imperio, con- el fin de conseguir la unidad del Continente.
El Emperador y el Papa serían las dos columnas de la nueva Europa Cristiana y se apoyarían mutuamente para imponer el orden en esos tiempos tan calamitosos. Ambos se juraban fidelidad: el Emperador sería el protector de la Cristiandad, y el Papa, por su parte, sólo podía ser elegido contando con su aprobación.
Lamentablemente estas buenas intenciones no se cumplieron, por el contrario, comenzó desde entonces una lucha que duró más de 200 años para dilucidar la superioridad del Papa o del Emperador: finalmente concluyó con el aniquilamiento político de ambos.
Ya desde los primeros momentos hubo complicaciones: durante los cien primeros años ocuparon el trono imperial varios excelentes monarcas, pero que tuvieron la constante pretensión de intervenir en los asuntos internos de la Iglesia, creyéndose los dueños de la Cristiandad, en vez de sus defensores.
LA REFORMA ECLESIÁSTICA-Nicolás II: Por ese mismo tiempo, la Sede Pontificia Romana se hallaba gravemente comprometida. Hasta Carlomagno, los Papas habían sido elegidos por el pueblo de Roma; luego, con el feudalismo, cayeron bajo la influencia de los señores; y ahora, bajo el Imperio, debían contar con la aprobación de los Soberanos. De esta manera se originaron los graves problemas, algunos tratados en este sitio.
Evidentemente so necesitaba una doble reforma: independizar la Iglesia de la influencia de los emperadores, y renovar la disciplina interna. Ambas cosas se consiguieron en muy poco tiempo.
En el año 1059 fue elegido Papa Nicolás II, quien de inmediato y sorpresivamente reglamentó la elección de los futuros Pontífices: en adelante los elegirían los cardenales, sin necesidad de la aprobación del Emperador. La medida fue muy alabada, pero parecía constituir un desafío al poder Imperial.
De acuerdo al nuevo sistema aprobado, en el año 1073 fue elegido Papa el monje cluniacense HILDEBRANDO, quien tomó el nombre de Gregorio VII: fue el personaje destinado a ser el gran reformador y una de las figuras cumbres de la Iglesia.
Hombre culto y muy piadoso aunque sumamente enérgico, Gregorio desde el comienzo de su gobierno se sintió llamado no sólo a purificar la Iglesia de todas sus fallas, sino además a imponer la Supremacía Pontificia sobre todos los reyes y príncipes cristianos.
De inmediato Convocó un Concilio que aprobó sus famosas reformas: bajo pena de excomunión se prohibió a los civiles entrometerse en los asuntos internos de la Iglesia y Conceder cargos eclesiásticos. Igualmente se penaba a los clérigos que los aceptaban o que- vivían casados.
Al mismo tiempo, numerosos Legados Pontificios se desplazaron por toda Europa controlando el cumplimiento de estas directivas y deponiendo a los transgresores. Entonces fue cuando intervino en la lucha el Emperador.
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Ocupaba el trono imperial Enrique IV, príncipe prepotente y ambicioso, poco dispuesto a perder sus privilegios. En un principio desconoció las órdenes pontificias y siguió confiriendo dignidades eclesiásticas como si nada hubiera pasado. El Papa Gregorio le envió amistosos avisos y luego protestas más enérgicas. Finalmente, se vio en la necesidad de excomulgarlo, y —cosa nunca vista— lo destituyó de emperador.
El resultado fue tremendo: los príncipes alemanes se reunieron en Tribur y apoyaron al Papa desligándose del soberano.
Entonces Enrique, viéndose perdido, se dirigió a Canosa, en el norte de Italia, en donde se encontraba el Papa, para pedirle el levantamiento del castigo. Gregorio, luego de tres días de espera, le concedió el perdón y lo restituyó en el trono. 5u triunfo había sido completo.
El nacimiento de la dinastía y el Imperio Carolingio
En los albores del siglo VIII, el merovingio Regnum Francorum se encontraba en plena decadencia, dividido en tres partes (Austrasia, Neustria y Borgoña) y gobernado, de facto, por los mayordomos de palacio. Uno de ellos, Pipino, de Austrasia, destronó a Childerico III (743-751) y se coronó rey en Soissons, por aclamación popular. Pipino, hijo de Carlos Martel, buscó la base jurídica para ello en la figura del Papa Zacarías, obligado por las circunstancias a buscar un aliado fuerte frente al empuje de los lombardos en la península italiana. Con él nacía, así, una nueva dinastía que trataría de fortalecer su poder con el apoyo papal. A cambio, se iba a erigir en la protectora de la Iglesia romana.
En el plano político y militar, Pipino obtuvo importantes victorias contra los musulmanes y consiguió sofocar una sublevación en Aquitania, a la vez que creó los Estados Pontificios. A su muerte, en 768, dividió su reino entre sus dos hijos, Carlos y Carlomán.
En el plano político y militar, Pipino obtuvo importantes victorias contra los musulmanes y consiguió sofocar una sublevación en Aquitania, a la vez que creó los Estados Pontificios. A su muerte, en 768, dividió su reino entre sus dos hijos, Carlos y Carlomán.
A partir del siglo VIII, una nueva dinastía de reyes, descendientes de la familia de los Heristal, le dio su mayor esplendor, y extendió su poder a todos los países de Occidente, en la misma época en que los árabes consolidaban su dominio en la península ibérica. Carlos Martel que, como vimos, detuvo a los árabes en su avance sobre Europa en la memorable batalla de Poitiers (732), tuvo dos hijos: Carlomán, que profesó como monje, y Pipino, apodado el Breve por su baja estatura, que depuso a Childerico III y se apoderó del trono en el año 751 y reinó hasta el 768, inaugurando la dinastía de los carolingios. A su muerte, sus dos hijos, Carlomán y Carlos, fueron elegidos reyes de los francos, pero, como era de prever, no lograron coordinar sus acciones y se enfrentaron entre sí.
La solución de esta difícil situación se vió facilitada por el fallecimiento de Carlomán en el año 771, con lo que quedó Carlos en posesión total de los dominios de su familia, pues los hijos de Carlomán lo eligieron como jefe.
La solución de esta difícil situación se vió facilitada por el fallecimiento de Carlomán en el año 771, con lo que quedó Carlos en posesión total de los dominios de su familia, pues los hijos de Carlomán lo eligieron como jefe.
CARLOMAGNO
Carlos ya era conocido por sus condiciones personales como El Grande (Magno), por lo cual fue llamado Carlomagno. Una vez en ejercicio del poder, Carlomagno se dirigió a combatir a los lombardos en Italia, para proteger al papa Adriano IV. En el año 774 venció a Desiderio, rey de los lombardos, y dos años después deshizo por completo su reino. Desde entonces Italia quedó repartida, entre ti-es soberanos: el papa, Carlomagno y el emperador bizantino.
Carlomagno se proclamó rey de los longobardos y ciñó la corona de hierro, así llamada porque su aro interior había sido hecho con un clavo utilizado en la crucifixión de Jesucristo.
Poco tiempo más tarde, fue llamado a España (778) por un jefe árabe sublevado contra el emir de Córdoba. En consecuencia, atravesó los Pirineos y venció a los moros, obligándolos a retroceder en el territorio conquistado hasta la línea del río Ebro. A su regreso la retaguardia de su ejército fue sorprendida por los vascos o gascones y derrotada en el paso de Roncesvalles, donde murió su sobrino Rolando o Roldán, episodio que dio lugar a una famosa composición en verso.
Con posterioridad, los francos organizaron seis expediciones, con resultado de las cuales Carlomagno fundó dos marcas o provincias fronterizas, la de Barcelona y la de Gascuna.
Carlomagno culminó luego una larga guerra (772-785) contra los sajones, eficazmente conducidos por Widukindo, los que, a pesar de una enconada resistencia, fueron finalmente vencidos y sometidos, convirtiéndose al cristianismo.
Estos triunfos le permitieron extender sus dominios hasta el río Oder. Los bávaros fueron también vencidos y la misma suerte corrieron los ávaros, descendiente de los hunos (788-796), establecidos sobre las costas del Danubio. Finalizada esta campaña, Carlomagno creó la marca del Este (Ostereich), que más tarde constituyó el reino de Austria.
EL IMPERIO
Una vez Finalizadas estas campañas, las posesiones de Carlomagno comprendían la Galia, Italia, Germania y una parte de España, con lo cual quedó restablecido el antiguo Imperio romano de Occidente.
Fue en estas circunstancias que el 25 de diciembre del año 800, mientras Carlomagno oraba en la basílica de los apóstoles San Pedro y San Pablo, en Roma, el papa León III ciñó su cabeza con la corona imperial, a semejanza de lo que ocurría con los emperadores de Bizancio. De esta manera se consolidó la unión de la Iglesia y el estado.
Para mejorar la administración de su vasto imperio, Carlomagno acrecentó el número de duques y condes, cuyos subalternos fueron los vicarios y los centenarios. La labor de éstos se complementaba con la de otros funcionarios de confianza llamados missi dominici (enviados del señor), que recorrían el territorio en cada estación, de dos en dos un conde y un obispo—, para verificar el buen desempeño de sus súbditos.
Dos veces al año se celebraban las asambleas nacionales en las que participaban solamente los obispos, los duques y los condes. Durante su transcurso Carlomagno publicaba sus ordenanzas conocidas con el nombre de capitulares, por estar enunciadas en capítulos, que no siempre tenían el carácter de leyes. En ocasiones se trataba de normas o preceptos morales. Carlomagno prestó principal atención a la organización militar, a cuyo efecto las provincias fronterizas, llamadas marcas, estuvieron a cargo de jefes que recibieron el nombre de Margraves en Alemania y marqueses en los países latinos. El ejército se componía de hombres libres, que debían aportar sus elementos de combate, cuya cantidad y calidad variaba de acuerdo con el patrimonio de cada combatiente. También tuvo especial preocupación por la organización eclesiástica, de la cual se sentía responsable. Con tal objeto creó nuevos obispados y obligó al pago del diezmo, que consistía en el aporte de la décima parte de las cosechas, para el mantenimiento de la Iglesia. Durante el reinado de Carlomagno se llevaron a cabo numerosas obras públicas, entre las que sobresalieron los puentes de madera levantados sobre el Rin y el Danubio; el comienzo de la construcción de un canal entre ambos ríos y la edificación de palacios.
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